Natalia Sainz. Comunicación, Entretenimiento y Sociedad

domingo, 29 de marzo de 2009

El Castigo


Estoy sentada a la orilla de aquel frío sillón verde de piel, que he visitado un día a la semana durante tres años. Me siento aturdida, ansiosa, venían miles de pensamientos a mi mente, recuerdos que había borrado por ser tan dolorosos; logro verme al lado de mi hermano cuando tenía apenas cuatro años y él 7, sujetando con mi mano, aquella muñeca de madera que durante mucho tiempo había sido mi única compañía. Ante tal recuerdo, me encuentro perpleja, no puedo creer la claridad con la que veía las cosas después de 19 años de vida, eso en mí, nunca había sucedido antes. Siento lágrimas desesperadas cayendo lentamente por mis mejillas, cuando la doble puerta blanca del consultorio se abre; por ella sale una pareja de amantes con caras felices y actitud serena, después de haber pasado una hora desahogándose en aquel acogedor cuarto de incontables libros; detrás de ellos, viene mi psicoanalista, el cual, al observarme no dice nada y simplemente me sigue de regreso cerrando la doble puerta detrás de él.
Me siento alterada, desesperada a morir, no aguanto, me creo lo más débil e innecesario del mundo…de repente se rompe el ruido de mis sollozos con una pregunta, - ¿Qué es lo que ocurre? – es entonces cuando comienzo a hablar hacia él y no sólo a mis adentros aumentando mis llantos … - Me he defraudado a mí misma, no me conozco, no sé quien soy, toda mi vida he aparentado algo que no soy por agradar a todos, principalmente a mi madre, quien desde pequeña nunca me quiso por ser diferente, cuando tenía cuatro años, mi padre nos abandonó por otra mujer y nunca volvimos a saber nada de él; fue entonces, que mi madre en su desesperación y dolor, no quiso verme más, con el pretexto de que me parecía mucho a él y el verme le parecía insoportable; así que decidió mandarme a la mansión de su hermano, dejándome completamente alejada de mi familia, simplemente con mi muñeca de madera, Aurelia, y una foto instantánea que me habían tomado con mi hermano Tomás ese mismo día en el enorme jardín de aquella casona tan lujosa y a la vez tan vacía. Cuando cumplí 15 años, mi madre creyó prudente que regresara a la casa sólo los fines de semana, pues ya se le había pasado el coraje y tenía ganas de verme de nuevo, como lo notarás, yo era simplemente un juguete llamado Mariana a las ordenes y deseos de mi madre-. Cada que decía esto, mi corazón se paraba, porque era verdad, toda mi vida había estado a su disposición, buscándole la cara para poder ser aceptada por ella y por todos; tanto perdía el tiempo en eso, que nunca fui lo que realmente yo quería ser, nunca encontré la razón de mis placeres, nunca viví como hubiera querido vivir, siempre viví en una realidad que no era la mía, aparentando para ser aceptada, porque el simple hecho del rechazo me apanicaba; el rechazo que había sentido por parte de mi madre toda la vida. - Con el paso de los años, me había convertido en una adolescente trastornada, mentirosa, superflua y banal, criada bajo las enseñanzas de mi tía, una esnob sin una pizca de criterio sobre la vida. Harta de sus maltratos y estúpida educación conservadora, un día decidí que era momento de quitármela de encima; así que bajo mi fría y colérica personalidad, fui al pabellón de los mercenarios, ubicado en la Colonia Doctores, y compré un veneno siniestro que acabaría con ella en cuestión de minutos. Regresé a casa, y preparé un chocolate amargo, en el cual vertí nueve gotitas de aquella infusión letal, para dárselo durante su cena con amigos en la que iba a festejarse los 52 años de casados de mi tío con ella.
Era la cena, todo mundo se encontraba vestido de gala y yo le pedí que me acompañara a la terraza para poder hablar con tranquilidad sobre algunas dudas que me aquejaban, ella me siguió mientras tomaba de forma exquisita su tasa de chocolate amargo con vino tinto y veneno mortal; llegábamos al balcón principal cuando mi maravilloso plan comenzó a dar resultados, Victoria comenzó a toser intensamente recargándose del barandal hasta desvanecerse por la borda y terminar tendida en el majestuoso jardín que adornaba la entrada principal de la mansión Mercado, mi tío, quien nos observaba desde el ventanal de la sala, salió despavorido al ver lo ocurrido, arrastrándose por la entrada principal hacia el cadáver de su amada, lamentándose y gimiendo desahuciadamente. Yo mientras, observaba todo sin una pizca de culpa; era correcto lo que había hecho, toda esa vida de infelicidad, si yo no había podido encontrar la felicidad, ¿por qué sí los que habían arruinado la mía? No podía matar a mi madre, mi amor y adoración por ella era más fuerte que otra cosa en la vida… pero bueno, he ahí mi declaración, así fue como sucedieron las cosas, me he hartado de mentir y aparentar para lograr lo que quiero, buscando una vida plena que nunca podré tener, así que por fin quito la decisión de mis manos, es ahora usted quien decidirá el destino de mis cincuenta años de vida siguientes, fuera o dentro de este oscuro y deprimente lugar lleno de recuerdos imborrables, sonidos indeseables y un presente difícil de callar…

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